La historia que vamos a narrar aconteció en un pequeño pueblecito enclavado en cualquier lugar de nuestra geografía andaluza.
Miriam y Pablo, una joven pareja de recién casados, decidieron pasar unos días de descanso aquí, alejados de las aglomeraciones y estrés de la ciudad en la que residían.
Decidieron llamar a otro matrimonio, íntimos amigos desde el instituto, a los que hacía mucho tiempo que no veían, ya que las circunstancias de la vida habían hecho que tomaran caminos distintos.
Así, aquella tarde primaveral, se dirigieron hacia un mesón situado en una estrecha callejuela. Allí los esperaban, muy contentos, Andrés y su mujer. Nada más verse, se fundieron en un largo y cálido abrazo. Entre café y café, recordaron viejos tiempos y no faltaron curiosas anécdotas ocurridas en sus años adolescentes.
-Bien, amigos-dijo Andrés -dentro de media hora llegarán unos compañeros que queremos que conozcáis. Son encantadores. A él le encanta la agricultura, por eso viven en el campo ya que es donde se sienten plenamente felices rodeados de ese entorno.
Una vez que éstos llegaron y se realizaron las correspondientes presentaciones, Amparo y Manuel, que así se llamaban los recién llegados, tomaron asiento y se acoplaron a la tertulia.
Después de más de una hora de charla y ya entrada la noche, dijo Manuel:
-Oye, os propongo una cosa. Cerca de donde vivimos, mi hermano tiene una pequeña bodeguita en la que conserva unos vinos exquisitos. Él no está allí ahora mismo, pero yo tengo la llave y puedo entrar cuando quiera. Si os apetece, os la enseño porque es bastante curiosa. No os digo más, hasta que no lleguemos…
-¡Pues claro que queremos ir!
-Nosotros también nos apuntamos, porque nos has despertado la curiosidad.
Montaron en los coches y salieron del pueblo siguiendo a Manuel. El camino, muy oscuro, poco a poco se iba estrechando, por lo que tenían que conducir con cuidado. Sólo una gran luna llena prestaba su luz y hacia el camino algo más llevadero.
Una vez que llegaron a su destino, apareció ante ellos una pequeña gruta, excavada en la piedra y medio tapada por el follaje y las malas hierbas. Una cancela de hierro oxidada servía de paso hacia el interior.
-Ya os dije que el sitio era bastante peculiar. Y ahora…ya veréis cuando estemos dentro.
-¡Desde luego! Nunca habíamos visto nada igual.
-Venga, vamos a explorar esto, sin duda nos espera una experiencia única.
El grupo de amigos, entró con mucha cautela, ya que había unos escalones muy estrechos y el techo era muy bajo. Una sola bombilla iluminaba la extraña bodega.
En el centro, como único mobiliario, una tosca mesa de madera. A su alrededor, barriles cubiertos con tela de araña, daban la solera característica a este espacio.
-¡Qué aroma tan agradable! ¡Vaya tesoro que hay aquí guardado!. Es, sencillamente, impresionante. La calidad y precio de estos vinos debe de ser muy elevado.
-Pues por eso, vamos a brindar y descorchar una botella por este reencuentro tan especial. ¡Qué digo una….la noche es larga!
Manuel se dispuso a abrir una de ellas, el polvo y moho la recubrían, a lo que Pablo dijo impactado:
-¿Vosotros sabéis lo que realmente hay aquí encerrado? Debéis de manejar las botellas con sumo cuidado, porque tenéis en vuestras manos una verdadera joya.
Los otros rieron quitándole importancia. De pronto, Andrés se fijó en un tablero de ajedrez que había en un lateral donde se encontraban los escalones.
-¡Mirad, también podemos echar una partida a lo largo de la noche!. O si preferís- señaló riendo a una desvencijada guitarra que había en la pared- nos animamos y echamos unos cantes.
Las mujeres respondieron:
-Dejaros de bromas y no mováis cada cosa de su sitio. Hay que mantenerlo tal y como lo hemos encontrado.
-¡Bah…! No seáis miedosas -respondió Manuel con una carcajada- no creo que a mi amigo Casimiro le importe…¿a qué no?
Se agachó y del suelo cogió una réplica de una calavera, a la vez, que, muy solemne, recitaba:
-Ser o no ser, esa es la cuestión…
Ellas sintieron un escalofrío que recorrió toda su espalda y de nuevo advirtieron:
-Os estáis pasando. Hemos venido a divertirnos pero no a perder el respeto.
Pablo estuvo de acuerdo con ellas y dijo:
-Chicos, tienen razón. Manuel, por favor, no sigas abriendo más botellas. Hemos bebido todos, pero no abusemos más. Ya está bien.
Los otros hicieron oídos sordos y siguieron con sus burlas. Pasó un buen rato y Miriam dijo:
-¿No os habéis dado cuenta? Me ha parecido sentir un ligero temblor en el suelo.
-¡Qué susceptibles estáis! La imaginación ya está haciendo de las suyas.
Ellas se miraron entre sí. El ambiente cada vez era más tenso y el frío se acrecentaba a medida que transcurría la noche. Decidieron esperar a sus maridos fuera, en el coche, porque ya era muy tarde y se encontraban algo cansadas.
-No tardéis mucho. Ya es muy tarde. Queremos irnos a casa.
Una vez pasados quince minutos, y al ver que ellos no llegaban, la mujer de Pablo se dispuso a volver a la gruta, cuando ocurrió lo inesperado. Oyeron un gran estrépito y salieron precipitadamente de los vehículos. Horrorizadas, comprobaron que un catastrófico derrumbe había culminado en lo que se avecinaba como un día placentero. Tal vez fue solo un accidente, pero hay quien opina que la Naturaleza se impuso y cobró las vidas de aquellos insensatos que tomaron aquello como un juego y no supieron escuchar un consejo a su debido tiempo.
María José Pérez Ortiz