El Raton y el queso Ricardo era un hombre delgaducho, con menudo cuerpo y ojos vivarachos.
Era muy conocido en su pueblo por los refranes que decía, generalmente, relacionados con el vino. De carácter amable y risueño, pero con un pequeño “defectillo” por el cual lo conocían todos sus vecinos… y es que, como a él le gustaba reseñar, era “íntimo amigo del dios Baco” y esto, le perdía.
-A mí que me quite el médico lo que quiera, incluso el tabaco- le confesaba a Joaquín, un buen amigo suyo- pero el vino no, porque  con éste y una vida tranquila, la vejez llega de maravilla.
Una vez, serían más o menos las tres de la tarde, Ricardo se dirigía a su casa bastante alegre, ya que llevaba en la taberna desde la mañana temprano, así que, figúrense, amigos lectores, en el estado en el que se encontraba el buen hombre cuando salió de allí.
Carmela, que residía en su misma calle, al verlo venir soltó una gran carcajada:
-¡Hombre, ponte derecho y anda bien, verás el recibimiento de tu mujer cuando llegues a casa!.
A lo que éste respondió:
-Andar derecho y mucho beber, no puede ser.
En cierta ocasión, su esposa Ana había quedado con dos amigas suyas para hacer unos rosquitos de anís por Pascua. Esa tarde, se encontraban reunidas en la casa de la mujer de Ricardo. Procedía ya a preparar los avíos para la elaboración del exquisito postre, cuando ¡oh, sorpresa!, Ana fue a la alacena y descubrió que faltaba la botella de anís que tenía guardada para dicha ocasión. Ella, que se olió lo que ocurría, montó en cólera y se dirigió a su habitación.
Allí estaba su marido durmiendo a pierna suelta. Lo zarandeó y dijo muy enfadada:
- ¿Pero qué has hecho, zoquete? ¡Ay, Dios mío, mira que lo sabía! ¡Cualquier día me vas a matar de un disgusto! ¡Señor, que cruz!.
Él, con los ojos entreabiertos, explicó:
-Déjame dormir un ratito más, que  con anís y una buena siesta, se te despeja la cabeza.
Como última anécdota, contaremos lo que pasó cuando estaba trabajando de guardia nocturno en una bodega.
El dueño, llegaba por la mañana y raro era el día que no encontraba a nuestro protagonista “bastante achispado”.
Le recriminaba así:
- Mire, esto no puede seguir así, usted no es serio en su trabajo y no puedo permitir el estado en el que lo hallo, que precisamente, no es el más correcto.
El otro le contestó con desparpajo:
- ¿Y qué esperaba usted? ¡Si ha puesto al ratón a guardar el queso! .
Con esta original observación, dejó a Fermín, el jefe, boquiabierto y pensando para sí:
-Desde luego, es un desastre, pero a ingenio y gracia no hay quien le gane…

 

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